sábado, 3 de marzo de 2012

La Paz, 30 de agosto de 1928

Señor Don
Manuel Carrasco Jiménez Director de “El Diario”
Presente.-

Señor Director:

Tengo el honor de dirigirme a usted para pedirle que se sirva dar hospitalidad en las columnas de “El Diario “a estas líneas destinadas a contestar la carta que, en “El Diario” de ayer, publicó el señor Coronel Rawson, Adjunto militar de la Legación Argentina.

He vivido ocho años en Buenos Aires y siento por la Argentina un vivo cariño y mucha gratitud. Jamás ni mi pluma ni mis labios se mancharán con algo que pueda ser ultraje para el grande fuerte y noble pueblo Argentino. Pero todo esto no quita que, en un libro objetivo, científico, de análisis histórico y político, yo me sienta absolutamente obligado a decir la verdad. Máxime si tal verdad no daña a la Argentina. Y la verdad es que la Argentina es dueña del Paraguay.

Asimismo, tengo la suerte de conocer —aunque, por desgracia, muy de ligera— al señor Coronel Rawson y creo que es un eminente militar y un perfecto caballero, digno de la mayor estima y de la más cumplida deferencia; pero no creo faltar a los fueros que le son debidos si digo que no me parece un diplomático de primer orden. Es que no podemos serlo todo en la vida. Yo, por ejemplo, soy un pésimo militar. Es decir, no soy militar.

Si el señor Coronel Rawson fuera un diplomático —que es lo que hay que ser para discutir problemas diplomáticos, o diplomático-políticos, o diplomático-económicos— en vez de contestar con frases de doble sentimentalismo y de usar palabras de tan gruesa artillería como “intriga”, “capciosa” y otras, sacaría a relucir números, cifras, estadísticas, demografías para probar que la Argentina no ha penetrado en el Paraguay ni en el Chaco. Demostraría, por ejemplo, que la negociación Casado no es argentina. Demostraría que las líneas de navegación que unen Asunción con Buenos Aires no están bajo el control argentino. Demostraría que el cultivo de la Hierba mate en el Paraguay —industria madre— se halla completamente libre de la influencia del capital argentino. Demostraría que el Paraguay no es el mejor mercado externo (?) de la Industria argentina. Demostraría que el Banco de la Nación Argentina no tiene sucursal en Asunción y que tal sucursal es la única que posee en el exterior (?). Demostraría que las grandes transacciones comerciales en el Paraguay no se hacen en moneda argentina.
Pero el ánimo valeroso y ardiente de los hijos de Marte no se conforma con tan lentas discusiones. Los hijos de Marte no discuten. Atacan, y ante un libro como “El Chaco Boreal es Boliviano”, el ataque está de sobra. Es un libro sereno, de documentación, de análisis. O se le discute o se le deja en paz.

Por otra parte, nada de malo vemos en que la Argentina, pueblo rico, fuerte y grande, ejerza hegemonía sobre el Paraguay, pueblo pobre, chico y débil, pese a sus grandes virtudes cívicas y morales. La buena diplomacia aconseja decir con claridad las grandes conveniencias nacionales. Inglaterra, por ejemplo, no oculta que, mientras pueda, ocupará Egipto, porque así lo exige la integridad de sus grandes rutas marítimas. Estados Unidos no oculta que, mientras pueda, dominará sobre el Canal de Panamá, porque así lo exige su defensa. Yo, que admiro tanto la alta franqueza y la acrisolada caballerosidad argentina, querría que los argentinos reconociesen que les interesa ser dueños económicos del Paraguay. Es un interés de pueblo fuerte. Y conste que en la Argentina a nadie se le oculta que el Paraguay es una dependencia económica de los argentinos. Es un secreto a voces. El señor Coronel Rawson, cegado por la diplomacia es, acaso, el primer argentino que ha descubierto que la economía argentina nada tiene que hacer en el Paraguay.

Y no hablemos de diplomacia desinteresada ni de política idealista. Es como si habláramos de filosofía ligera, que, si es ligera, no es filosofía y, si es filosofía no es ligera. La diplomacia y la política no se han hecho ni para el idealismo ni para el desinterés. Se han hecho para defender intereses y para cautelar bienes materiales Creo que el señor Coronel Rawson se reiría de mí si me permitiera hablarle de una artillería acariciadora.

He abusado, señor director, de la amabilidad de usted, le ruego que me dispense por ello y que acepte, con mis atentos saludos, los sentimientos de mi especial consideración.

Federico More

Murillo, 327
Amigo Cerruto:

Ha defendido Ud. dos valores sin revisión. Uno, la universalidad del Arte: otra, la novedad del Arte.

El Arte es tal porque siempre se manifiesta nuevo y eterno. En este se parece al Amor y a la Muerte y resulta, así, la tercera realidad segura en la vida deleznable.

En cada instante el Arte se transforma, porque también se transforma la sensibilidad de los que lo realizan y la de los que lo paladean. Cuando el Arte cambia de matices se dice que ha pasado una generación. Cuando cambia de forma y de contenido se dice que ha nacido un ciclo y, por tanto, ha muerto otro. La misión del artista es ser, en todo instante, hombre de su generación y de su ciclo.

Variable y pobre como la luz y como los mitos estéticos, el Arte es la más afirmativa expresión de lo que lo humano tiene de divino.

Usted, hombre de su generación y de su ciclo, ha sabido decir que el Arte, flor de un minuto y un lugar, debe contener en si todas las posibilidades del tiempo y del espacio.
Recordemos, amigo Cerruto, la frase del viejo Bernard Shaw: “Si quieres ser universal, escribe a propósito de tu aldea”.

Federico More

La Paz, abril, 1927